La imagen más difundida de la reciente marcha de los estudiantes chilenos es un auto en llamas luego de haber sido volcado por encapuchados. El Presidente Piñera y sus ministros han usado esta imagen para focalizar la atención sobre la violencia y no sobre los problemas centrales que ha presentado el movimiento social al gobierno y a la sociedad chilena. Algunos días después de la marcha, Carabineros de Chile presentó al único acusado por quemar aquel auto que ardió luego de la más masiva manifestación pública que la ciudad de Santiago recuerde desde los tiempos de dictadura. El acusado resulto ser un menor de 16 años ante el cual los medios de comunicación y el Presidente con sus ministros se lanzaron para acusarlo y desear su inmediato encarcelamiento.
Contrario a los pareceres del Gobierno y su campaña comunicacional, con varios rostros de televisión incluidos, el tribunal oral decidió dejar en libertad al joven imputado. Sorpresa causó entre los acusadores, el gobierno de derecha y los medios de comunicación con sus editoriales sensacionalistas, que el juez otorgara la libertad a quien, según ellos, debía ser escarmentado ante la opinión publica. Los medios de comunicación y su editorial buscaron al padre del acusado, quien les señaló que no estaba en condiciones de pagar los daños causados por el menor, explicando que era padre de cinco hijos y con una separación a cuestas como consecuencia del abandono del hogar por parte de la madre, esto a raíz de su adicción a las drogas.
Luego de esta imagen mis pensamientos se dirigieron a reconstruir la historia que había detrás de esta otra historia. Y solo tuve como respuesta la simple constatación que era otra vez más el relato de jóvenes marginados, quienes han recibido por años una educación que no constituye el soporte mínimo para que puedan participar en sociedad en igualdad de condiciones con otros jóvenes que sí disponen de privilegios y protección. Las palabras del padre del menor imputado hacen visible la otra historia, la que no es parte de las editoriales de los medios de comunicación y menos de la política de cámaras y palacios, que actúan más motivados por sus adscripciones ideológicas, tanto propias como de avisadores, como por la obsesión por subir en las encuestas.
Pero esto no es nuevo. Hace más de 50 años el periodista chileno Luis Hernández Parker señaló, en su crónica radial, aquello que había llevado a Jorge del Carmen Valenzuela, más conocido como el Chacal de Nahueltoro, a convertirse en una bestia y matar a su familia (http://youtu.be/SIbqVB5KHQg). Para Hernández Parker, la respuesta era una sola. Jorge del Carmen Valenzuela era el producto de la sociedad en la cual había crecido, la misma sociedad que lo llevó al paredón como acto vicario de expiación de sus culpas. La misma sociedad que no le había brindado ni educación ni derechos y si un manto permanente de violencia y marginalidad. Que acabó, violentamente, y en la más atroz de las violencias, la que practica el Estado contra sus súbditos.
Al día de hoy y después de 40 años de la aplicación ideologizada de un modelo educacional basado en la competencia y el mercado, los jóvenes no han recibido ni recibirán una educación que les permita ser parte activa en la construcción de una sociedad y en la distribución de sus beneficios y mecanismos de protección. Lo que este joven, el acusado de quemar un auto y sus padre nos relatan, es aquella historia de una población marginal. De una sociedad que no promueve los derechos en que se funda. La educación chilena lo único que permite es la inercia de la desigualdad. A los bienes sociales, entre ellos y con preeminencia la educación, se accede por mediación del mercado, y no como ejercicio de un derecho ciudadano: un derecho del que deben gozar todos los niños y jóvenes por ser tales, y no por disponer de más o menos recursos financieros de sus familias. Los derechos, en tanto que ejercidos, tienen un poder humanizador.
Puede ser que el Chile de hoy sea muy distinto en términos materiales de aquél de Hernández Parker y Jorge del Carmen Valenzuela. Pero, en términos relativos, el país sigue siendo el mismo, con una gran brecha entre los que tienen a destajo y los que sólo acumulan necesidades. Esto hace que una gran mayoría de jóvenes esté destinada a la experiencia dolorosa de la vulnerabilidad y la marginalidad social. Una condena, brutal, impuesta por el Estado y sus gestores.
Contrario a los pareceres del Gobierno y su campaña comunicacional, con varios rostros de televisión incluidos, el tribunal oral decidió dejar en libertad al joven imputado. Sorpresa causó entre los acusadores, el gobierno de derecha y los medios de comunicación con sus editoriales sensacionalistas, que el juez otorgara la libertad a quien, según ellos, debía ser escarmentado ante la opinión publica. Los medios de comunicación y su editorial buscaron al padre del acusado, quien les señaló que no estaba en condiciones de pagar los daños causados por el menor, explicando que era padre de cinco hijos y con una separación a cuestas como consecuencia del abandono del hogar por parte de la madre, esto a raíz de su adicción a las drogas.
Luego de esta imagen mis pensamientos se dirigieron a reconstruir la historia que había detrás de esta otra historia. Y solo tuve como respuesta la simple constatación que era otra vez más el relato de jóvenes marginados, quienes han recibido por años una educación que no constituye el soporte mínimo para que puedan participar en sociedad en igualdad de condiciones con otros jóvenes que sí disponen de privilegios y protección. Las palabras del padre del menor imputado hacen visible la otra historia, la que no es parte de las editoriales de los medios de comunicación y menos de la política de cámaras y palacios, que actúan más motivados por sus adscripciones ideológicas, tanto propias como de avisadores, como por la obsesión por subir en las encuestas.
Pero esto no es nuevo. Hace más de 50 años el periodista chileno Luis Hernández Parker señaló, en su crónica radial, aquello que había llevado a Jorge del Carmen Valenzuela, más conocido como el Chacal de Nahueltoro, a convertirse en una bestia y matar a su familia (http://youtu.be/SIbqVB5KHQg). Para Hernández Parker, la respuesta era una sola. Jorge del Carmen Valenzuela era el producto de la sociedad en la cual había crecido, la misma sociedad que lo llevó al paredón como acto vicario de expiación de sus culpas. La misma sociedad que no le había brindado ni educación ni derechos y si un manto permanente de violencia y marginalidad. Que acabó, violentamente, y en la más atroz de las violencias, la que practica el Estado contra sus súbditos.
Al día de hoy y después de 40 años de la aplicación ideologizada de un modelo educacional basado en la competencia y el mercado, los jóvenes no han recibido ni recibirán una educación que les permita ser parte activa en la construcción de una sociedad y en la distribución de sus beneficios y mecanismos de protección. Lo que este joven, el acusado de quemar un auto y sus padre nos relatan, es aquella historia de una población marginal. De una sociedad que no promueve los derechos en que se funda. La educación chilena lo único que permite es la inercia de la desigualdad. A los bienes sociales, entre ellos y con preeminencia la educación, se accede por mediación del mercado, y no como ejercicio de un derecho ciudadano: un derecho del que deben gozar todos los niños y jóvenes por ser tales, y no por disponer de más o menos recursos financieros de sus familias. Los derechos, en tanto que ejercidos, tienen un poder humanizador.
Puede ser que el Chile de hoy sea muy distinto en términos materiales de aquél de Hernández Parker y Jorge del Carmen Valenzuela. Pero, en términos relativos, el país sigue siendo el mismo, con una gran brecha entre los que tienen a destajo y los que sólo acumulan necesidades. Esto hace que una gran mayoría de jóvenes esté destinada a la experiencia dolorosa de la vulnerabilidad y la marginalidad social. Una condena, brutal, impuesta por el Estado y sus gestores.